Pues la mayor miseria del hombre es el pecado que clama una compasión sin límites. La maldición del v. 29 es una cita así la Carta de Santiago 2,13, muestra de la lealtad de Francisco a la Palabra de Dios en su pensamiento sobre la clemencia. Santiago, comentando del respeto gracias a los pobres y de la no acepción de personas que debe haber dentro de la comunidad cristiana, recuerda a los cristianos que solo el amor y la clemencia hacia los hermanos, sin acepción de personas, puede salvar al hombre en el juicio que solo forma parte a Dios. Tras esto se comprende que Francisco presente la misericordia como la virtud que confunde el endurecimiento del corazón, el mayor impedimento para la caridad. La discreción es el discernimiento, la aptitud de distinguir para seleccionar.
Para Francisco, el hombre frente Dios es indigente, necesitado ,por su pecado, y moroso de él en todo, por ser su criatura. El hombre no puede conformarse a Dios por sí solo, su religión , su seguimiento de Jesucristo y, por tanto, su misericordia para con los demás, es pura felicidad de Dios a través de su Hijo Jesucristo, bajo la acción del Espíritu Beato. Trata de recordar instantes específicos de tu historia personal en los que hayas experimentado clemencia y hayas hecho clemencia. Para Francisco era tan esencial transmitir estos valores al ministro, que aun llega a confesarle que estima mucho más su amor por el hermano pecador, que el cariño hacia él mismo (ámalo mucho más que a mí). »15Y todos los hermanos, que sepan que ha pecado, no le causen vergüenza ni detracción, sino más bien tengan gran misericordiaacerca de él, y contengan muy oculto el pecado de su hermano; pues no hay necesidad de médico para los sanos, sino más bien para los enfermos. La Admonición 27 es un cántico de alabanza a las virtudes, presentando la relación de estas entre sí, con las que el cristiano supera y vence los vicios.
4Y esto tenlo por verídica obediencia del Señor Dios y mía, por el hecho de que sé firmemente que esta es verídica obediencia. La misericordia conjura la dureza de corazón, es decir, que el centro vital de la persona esté vuelto sobre sí mismo, no abierto a Dios y a el resto. La dureza del corazón es vivir sometido al egoísmo del propio «yo», es vivir centrado sobre sí mismo y cerrado a los demás. El hombre de corazón duro, que no tiene clemencia, impide la expansión del amor que proviene de Dios y que él nos lo ha dado a fin de que llegue a los demás por medio de nosotros; por este motivo el hombre sin clemencia, al excluir a el resto del amor de Dios, se está excluyendo a sí mismo del amor de Dios y de su Reino. Por el contrario, el hombre misericordioso difunde el cariño de Dios, construyendo de este modo el Reino de Dios y perteneciendo al mismo. Francisco es muy siendo consciente de esto; prueba de ello es su profunda fe en Dios como fuente de todo bien, incesante indispensable en sus Escritos.
Por tanto, la clemencia no es una teoría abstracta o una ideología externa a Francisco, sino que pertenece al núcleo de sus experiencias, a lo íntimo de su persona, a la raíz de su biografía. San Buenaventura en LM 1,6 y tras él tantísimos autores comentan la motivación primordial de esta solidaridad de Francisco con los leprosos, de su actitud amorosa y atento para con ellos, en que Francisco identifica a los leprosos con Cristo crucificado, que apareció despreciable como un leproso. Según esta línea interpretativa, Francisco descubre a Cristo siervo tolerante a través de leprosos; al unísono, la contemplación de Cristo, que en su encarnación y pasión acepta la patología y el mal del hombre, impulsa a Francisco a ser solidario con los leprosos, a realizar clemencia con ellos. Sin embargo, el artículo delTestamento no da pie a meditar que Francisco fuera siendo consciente de todo esto al principio de su conversión. El ministro ha de manifestar este amor ejerciendo la misericordia en su genuina manifestación, esto es, disculpando sin reservas al hermano pecador.
Períodico: La Divina Clemencia En Mi Alma
Jesús no desespera frente a la inhumanidad a la que es sometido, sino que espera seguro en su Padre que lo salvará. Francisco, desde esta seguridad y certidumbre, pide a Dios que nos conceda la gracia de que sea él mismo quien lleve a cabo en nosotros su propia intención, y aún mucho más, que nuestro deseo coincida con su intención. Para que por la acción multiforme del Espíritu Santo, tengamos la posibilidad continuar las huellas de Jesucristo (realización de la intención de Dios); y, así, podamos disfrutar de exactamente la misma vida de Dios, de su familiaridad. Francisco tras convivir con los leprosos sirviéndolos, se detuvo en pensar (después me detuve un tanto) y cambió de vida (y salí del siglo).
Para Francisco, exactamente la misma misericordia de Dios nos demanda e impulsa a ser misericordiosos con el resto, para que experimenten el cariño de Dios. Asimismo nuestra misericordia es pura felicidad de Dios, y como tal precisa estar comunicado a el resto. La aceptación gratuita del otro tal cual es, como diferente y como don de Dios, respetándolo y renunciando a «mirarlo» según nuestros deseos, proyectos o cálculos. El respeto a la independencia de conciencia del otro, permitiendo su idea y compromiso personal. Querer al otro en todas y cada una situaciones, perdonándolo, como nosotros queremos ser amados y perdonados, reconociendo nuestro pecado y mediocridad como cristianos. Dar al hermano que peca todas y cada una de las posibilidades para su curación, su reconciliación.
En ella se ofrecen los medios de purificación a través de los cuales el católico llega a ser tal. Por tal razón, Francisco empieza comentando de la caridad, que ahuyenta los miedos particulares en las relaciones interpersonales, y el desconocimiento voluntario de la presencia y de las pretensiones del «otro», dando permiso amar a el resto verdaderamente. Una percepción y actitud común a la mayor parte de sus contemporáneos, pues los leprosos eran vistos como aquellos que padecían un castigo divino por sus pecados y como aquellos que eran peligrosos por su enfermedad contagiosa, de ahí que fuesen considerados «fallecidos en vida» y se les tratase como tales.
Corona De La Clemencia
No obstante, la misericordia aparece en los Escritos como una realidad riquísima en contenidos y de enorme actualidad. La misericordia aparece como un gran río que atraviesa y alimenta toda la presencia y todo el pensamiento de Francisco; y, al unísono, su existencia y pensamiento acrecientan el caudal de ese río. Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas y cada una de las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Por otra parte, Francisco es consciente que la justicia, entendida como dar a cada uno de ellos lo que le es debido, es insuficiente para fundamentar las relaciones humanas desde la fe cristiana, ya que, deseando aplicar la justicia hasta las mucho más extremas secuelas, existe el riesgo de cometer las mayores injusticias. Por eso la aplicación del derecho no debe estar separada de la práctica de la caridad y de la misericordia , pues la justicia impecable y definitiva es la de Dios, que se funciona por el principio del amor. La Carta de Santiago funda la ética cristiana sobre esta motivación escatológica, orientando radicalmente la vida del cristiano hacia la meta escatológica, el juicio que se resolverá en salvación o condenación. Es este mismo Hijo, precisamente, quien experimentó la clemencia del Padre a lo largo de toda su vida terrena, pero de forma particular en su pasión y resurrección.
La Misericordia En San Francisco De Asís
En el «antes» Francisco estaba en «estado de errores», en separación con Dios, con los hombres y consigo; Francisco estaba de espaldas a Dios y a los hombres. Este estado le provocaba a Francisco una extrema amargura en el momento en que veía a los leprosos, o sea, una percepción («me parecía»), un juicio y una valoración sobre los leprosos que él mismo califica de «amargo». Esta percepción repugnante, desapacible, despreciable, fastidiosa, dolorosa y penosa de Francisco frente a los leprosos, se puede interpretar como que Francisco desdeñaba y rechazaba a los leprosos, no los consideraba semejantes suyos, ni muchísimo menos prójimos suyos dignos de ser amados.
La clemencia, la compasión y el perdón procedentes del corazón precisan ojos para admitir las pretensiones de los demás y entender sus deficiencias. Además, la discreción, en el sentido de justa medida, moderación o indulgencia, impide todo exceso de endurecimiento de corazón, en el sentido de ceguera espiritual. En las fuentes franciscanas el discernimiento hace aparición unido a la clemencia, está asociado a la independencia y a la piedad, expresa magnanimidad y generosidad, condescendencia y disponibilidad, mitiga austeridad y rigor, es medida de amor y de compasión. Toda nuestra historia está marcada por la amabilidad, la clemencia, que el Señor ha derrochado sin medida y gratuitamente sobre nosotros.
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Un cambio de óptica y de accionar con el cual Francisco deja tajantemente los valores y la lógica corrientes en su tiempo. Una opción popular consistente en pasar de una posición legalmente precisa, la de mercader, a la condición de esos que carecían de un «status» con regularidad reconocido, y que, en consecuencia, eran los no «protegidos», los indefensos de la autoridad. Francisco de Agarráis es el líder obligado para cualquier franciscana o franciscano. Éstos, si desean ser tales, han de mirar a Francisco de Asís a fin de que exactamente el mismo Espíritu anime, guíe y de acuerdo su existencia. En esta mirada se revela la misericordia como situación primordial en la experiencia religiosa de Francisco.